Читать онлайн книгу "El Hombre Que Sedujo A La Gioconda"

El Hombre Que Sedujo A La Gioconda
Dionigi Cristian Lentini


Esta es la historia del hombre que conquistó y sedujo a la mujer que, indescifrablemente inmortalizada por Leonardo de Vinci, sedujo al mundo con su mirada. Es la historia de Tristano, un joven diplomático pontificio con un pasado misterioso y sombrío que, entre estrategias y engaños, entre aventuras y complots, entre intrigas y guerras de la Italia del Renacimiento, cumplió brillantemente sus misiones, una tras otra, utilizando el arte que mejor conocía, el arma más poderosa: la seducción. Pero llegó el momento en que el destino le encargó la tarea más importante… Un investigador independiente del CNR de Pisa, experto en criptografía y blockchain, encuentra por casualidad en el archivo de una abadía toscana un extraño archivo encriptado que contiene una increíble, extraordinaria e inédita historia… de la cual no puede desprenderse: En una fría noche en la que la historia ensayaba el Renacimiento, mientras los señores de Italia se aniquilaban unos a otros por el efímero control de las fugaces fronteras de sus países, un joven diplomático pontificio con un misterioso pasado prefirió probar su mano en el arte de la seducción en lugar de la guerra. ¿Quién era él? No era un príncipe, ni un líder, ni un prelado, no tenía ningún título oficial… y sin embargo hablar con él era como conferir directamente con el Santo Padre, se movía con facilidad en el complejo tablero político de aquel período pero nunca dejaba rastro alguno, escribía la historia todos los días pero nunca aparecía en ninguna de sus páginas… estaba en todas partes y sin embargo era como si no existiera. De un señorío a otro, de un reino a una república, entre estrategias y engaños, entre aventuras y complots, Tristano cumplió con éxito sus misiones… hasta que el destino le encargó la tarea más importante: descubrir quién era realmente. Para ello tuvo que descifrar una carta de su verdadera madre, mantenida durante 42 años oculta por la casta de los poderosos de la época. Para ello, tuvo que cruzar aquel increíble intersticio temporal indemne de una extraordinaria e inaudita concentración de personajes (estadistas, caudillos, artistas, literatos, ingenieros, científicos, navegantes, cortesanos, etc.) que han cambiado de forma significativa, drástica e irreversible el curso de la historia. Para ello, tuvo que seducir a la mujer que, indescifrablemente inmortalizada por Leonardo da Vinci, sedujo al mundo con su mirada.





Dionigi Cristian Lentini

El Hombre que Sedujo a la Gioconda




CON MOTIVO DEL quingentГ©simo ANIVERSARIO


DE LA MUERTE DE LEONARDO DA VINCI










La historia que aquГ­ se narra es mera ficciГіn y producto de la imaginaciГіn del autor


La informaciГіn, las referencias y las menciones histГіricas que contiene tienen el mero propГіsito de dar veracidad a la narraciГіn


Cualquier referencia o analogГ­a a hechos, episodios, personajes o lugares que realmente existieron es puramente casual


VersiГіn original en italiano (2019):


L’uomo che sedusse la Gioconda


[Con motivo del quingentГ©simo aniversario de la muerte de Leonardo da Vinci]


Esta obra estГЎ protegida por la ley de derechos de autor


Se prohГ­be toda reproducciГіn no autorizada, incluso parcial


© Dionigi Cristian Lentini – 2020


TraducciГіn de Jorge Ledezma MillГЎn



A mi tГ­o


Don Giovanni Lentini




PrГіlogo




“Hola semental ;-) Estuviste fantástico esta noche. No pienses demasiado en ello: no siempre puedes ser John Holmes… :-) En cuanto llegue a la oficina te enviaré algo sobre ese monje donjuán del que te hablé. Que tengas un buen día.”


Tal era el mensaje privado que Francesca acababa de enviarle mientras se dirigГ­a hacia la abadГ­a en su anticuado convertible de metano.

Ni siquiera había escuchado llegar la notificación. De hecho, estaba hablando por teléfono con el profesor De Rango, quien por 33ª vez lo había recomendado para hacer un buen trabajo y sobre todo para saludar al padre Enzo, el abad amigo del rector… y sabe Dios cuántos otros directores y dirigentes.



"Es increГ­ble cГіmo la red de telefonГ­a celular estГЎ tan extendida en esta remota ГЎrea montaГ±osa", pensГі.


Después de exactamente veintisiete segundos, decidió implementar el plan de emergencia previsto en tales casos por el protocolo de supervivencia…….. : "simulación de pérdida repentina de señal, colocándolo en un estado indetectable durante los próximos 30 minutos".

Claudio, de 40 años, un investigador externo del Instituto de Informática y Telemática del CNR de Pisa, con ocho años de cheques y contratos temporales en su currículum vitae, había sido enviado en un viaje de emergencia para lo que los anglosajones llaman “Damage assessment and disaster recovery", en la práctica, una intervención para evaluar el daño y restaurar los datos del archivo digital de una antigua abadía toscana que 48 horas antes había sufrido un ataque cibernético por parte de un habilidoso hacker ruso.

Obviamente la idea de pasar toda la semana en una biblioteca medieval recuperando pergaminos digitalizados, reinstalando sistemas operativos, analizando discos de oraciГіn y escuchando cantos gregorianos (sin quizГЎs ni siquiera tener acceso a una pelГ­cula pornogrГЎfica), mientras que el mundo exterior se ocupaba de la cadena de bloques y la criptografГ­a, no le parecГ­a particularmente excitante.

En el último año no había producido ninguna publicación científica. Y no porque no hubiese investigado lo suficiente o no hubiese logrado resultados concretos… …quizás simplemente porque no había encontrado nada realmente interesante que valiese la pena compartir con el resto del planeta. Por ello, a la primera oportunidad, solían burlarse de él sus colegas, quienes, a diferencia de él, publicaban y patentaban cada flatulencia que emitían en el aire después de una comilona de frijoles en Valleriana.

En resumen, aquella maГ±ana ni siquiera su CD de "Hotel California" de The Eagles podГ­a levantarle el ГЎnimo.

LlegГі a la cima de la abadГ­a a las 9:37 a.m., justo cuando las guitarras de Don Felder y Joe Walsh terminaban uno de los solos mГЎs hermosos de la historia del rock.



"Oh, doctor, bienvenido a nuestra casa. El Reverendísimo Padre lo esperaba desde ayer… Venga, venga, le explicaré todo".


Un cordial y alarmado fraile le dio la bienvenida, seГ±alando inmediatamente el camino hacia el archivo violado.

La situación era menos grave de lo que había imaginado: el servidor principal estaba caído, un troyano ransomware había encriptado la mitad de todo con una clave AES de 2048 bits y exigía un rescate de 21 bitcoins, la mayoría de los frailes ni siquiera sabían qué eran ransomware y un bitcoin, pero afortunadamente la restricción (sólo lectura/escritura) para acceder a los permisos de los archivos en el archivo de copia de seguridad se había mantenido … y también – luego dicen que no es cierto que los monjes tienen suerte- la última copia disponible que el procedimiento de sincronización automática y copia de seguridad había producido 16 horas y 18 minutos antes del ataque. En resumen, si no hubiera estado en un lugar sagrado, nuestro investigador sin duda habría exclamado: "¡¿Qué demonios…?!"

Por tanto, la gran mayorГ­a de la informaciГіn estaba a salvo. SГіlo era cuestiГіn de erradicar la infecciГіn y restaurar unos 9 terabytes de escaneos de manuscritos y libros digitalizados, para despuГ©s devolverlos manualmente desde los discos de copia al disco principal. Lo que aliviГі aГєn mГЎs a Claudio fue que aquella operaciГіn se podГ­a realizar tambiГ©n desde Pisa, evitando asГ­ que su ya estropeado paladar entrara en contacto con los suculentos platos de aquel infame restaurante con tres estrellas en la GuГ­a Michelin llamado "refectorio".

AsГ­ que, despuГ©s de sГіlo 4 horas, Claudio le dio las instrucciones necesarias para la restauraciГіn del host al fraile que le pareciГі mГЎs despierto, retirГі los elementos esenciales del estante, cargГі todo en el automГіvil y regresГі a casa.

Ah, mientras tanto el smartphone habГ­a empezado a recibir la seГ±al de nuevo y el punto rojo de la derecha indicaba dos mensajes:

– El primero, del siempre simpático profesor De Rango, decía textualmente: "¡Ni siquiera los novatos más banales hacen más uso de tales trucos! ¡Ese teléfono ahí arriba tiene una gran recepción! Entiendo que te rompo los… ¡¡¡pero es importante!!! Avísame tan pronto como lo hayamos resuelto. Gracias".

"Sí, 'nosotros'… " pensó.

– El segundo mensaje, de Francesca, contenía una foto de un extracto de periódico de hacía dieciocho años.

Su novia, en efecto, al enterarse del viaje de Claudio a dicho monasterio, habГ­a conseguido sacar, de los archivos del periГіdico local para el que trabajaba, una copia del artГ­culo que narraba la oscura historia de la muerte del Padre Sergio, un joven fraile rompecorazones, asesinado por un marido celoso que no soportaba que su mujer acudiese a confesarse tan a menudo.

El cadГЎver habГ­a sido encontrado frente a un retablo en un escenario espantoso a medio camino entre "El CГіdigo Da Vinci" y "Seven", entre "El Nombre de la Rosa" e "Instinto BГЎsico".

Desde entonces el caso habГ­a sido desestimado, pero nadie habГ­a logrado entender lo que significaba realmente la palabra escrita con sangre y que el luminol del R.I.S. habГ­a revelado sobre el hГЎbito del pobre clГ©rigo: "sinemensura".

Probablemente, de hecho, casi seguramente, si no hubiera leГ­do dicho artГ­culo, con mГЎs de 37000000 archivos para analizar y la final de Roland Garros en la TV, el investigador no se habrГ­a detenido en aquel pequeГ±o directorio del sistema de archivos del Гєltimo disco llamado "Padre Sergio".

En su interior, encontrГі docenas de archivos de poemas de amor, fotos de bellas mujeres jГіvenes y un solo archivo de extensiГіn ".axx", un formato encriptado protegido por contraseГ±a.

Claudio sabГ­a muy bien que la probabilidad de adivinar la contraseГ±a (de 11 caracteres de 95 posibles) era de casi 0,00000000000000000175 % y que con un ataque de fuerza bruta de 100000 intentos por segundo podrГ­a tardar unos 1.000 millones 803 millones de aГ±os en descubrirla, pero, por una vez, dejГі de lado los nГєmeros y decidiГі hacer un solo intento:

Escribió “sinemensura” y allí, como si fuera el cofre abierto del tesoro de un pirata, comenzó a emerger la historia más bella que jamás hubiese leído.




I

La Guerra de Ferrara



Noviembre 1482

El gГ©lido viento de aquella tarde de invierno no azotaba a los mirlos del Castillo de San Giorgio tanto como el viento de la pasiГіn que corrГ­a por sus venas palpitantes.

Era el mes de noviembre del Anno Domini de 1482, Mantua estaba helada, desierta… y Beatriz estaba acostada en la cama de su habitación con una mirada soñadora, fija en las águilas imperiales que adornaban el techo… y una imaginación recién descubierta saturaba su mente… pensamientos indecibles que, para una dama de su rango, estaban cerca de la indecencia. Sabía que cuando el parloteo de los sirvientes Gonzaga dejara el piano nobile, él, el encantador diplomático ahora señor de su juicio, llegaría, cuidadoso y aprovechando la temeraria ausencia de su primo y prometido (el marqués, junto a su padre, había estado luchando durante dos días bajo las murallas de Ferrara en la vigorosa defensa de la familia Este, amenazada por los venecianos del conde Roberto di San Severino).

En efecto, Girolamo Riario, codicioso señor de Imola y Forlì, bajo el patrocinio de su tío Sixto IV, con el objetivo declarado de tomar posesión del Ducado de Ercole d'Este en poco tiempo, había logrado persuadir al dux de Venecia de la necesidad de declarar la guerra a Ferrara, culpable de amenazar durante algún tiempo el monopolio del comercio de la sal en Polesine.

La Casa de Este, sin duda mГЎs refinada que militarizada, estaba relacionada, no casualmente, con el Rey de NГЎpoles (HГ©rcules se habГ­a casado con la hija de Fernando de AragГіn, Eleanor) y habГ­a podido forjar alianzas con los vecinos seГ±orГ­os italianos, incluyendo el de Ludovico MarГ­a Sforza conocido como el moro, a quien el Duque de Ferrara habГ­a prometido casar con una de sus hijas en tiempos menos turbulentos.

Así, toda la península se dividió pronto en dos bloques armados: por un lado el Estado Pontificio con Sixto IV, Imola y Forlì con el Riario, la República de Venecia, la República de Génova, el Marquesado de Monferrato y el Condado de S. Según Parma; por otra parte el Ducado de Ferrara con Ercole d'Este, el Reino de Nápoles con Fernando de Aragón, el Ducado de Milán con Ludovico il Moro, el Marquesado de Mantua con Federico Gonzaga, el Ducado de Urbino con Federico da Montefeltro, el Señorío de Bolonia dominado por Giovanni Bentivoglio y la República de Florencia con Lorenzo de' Medici.

DespuГ©s del verano las tropas venecianas tenГ­an una clara ventaja: habГ­an conquistado Rovigo, asediado Ficarolo, tomado Argenta y ahora asediaban tambiГ©n Ferrara. La situaciГіn se habГ­a vuelto aГєn mГЎs crГ­tica para los Estensi desde que el lГ­der mГЎs experimentado de la coaliciГіn anti-veneciana, el infame Federico da Montefeltro, habГ­a muerto de fiebre palГєdica en septiembre.

De manera inesperada, el pontГ­fice, que entre tanto habГ­a derrotado a los napolitanos en Campomorto, decidiГі repentinamente poner fin a las hostilidades de su parte, llevando a cabo negociaciones con el Rey de NГЎpoles. Ludovico il Moro, quien, de hecho, trabajaba en la diplomacia, habГ­a logrado convencer a los asesores mГЎs cercanos del Santo Padre de que la rГЎpida expansiГіn de la Serenissima en el norte de Italia corrГ­a el riesgo de hacerse mГЎs peligrosa y amenazadora, tanto para MilГЎn como para Roma; por lo tanto, continuar aquella costosa guerra sГіlo para satisfacer las locas ambiciones del Riario no era en absoluto conveniente para nadie.

Era de esperarse que Venecia, a un paso de la victoria final, obviamente no tuviese intenciГіn alguna de retirarse, al contrario, querГ­a cerrar el juego, antes de que el invierno se volviera aГєn mГЎs riguroso.

Aquella tarde los lagunari, aprovechando una jugada temeraria de sus adversarios, habían decidido lanzar un nuevo ataque desde el norte contra la guarnición de Francesco Gonzaga, quien se esforzaba al máximo por resistir a la fuerza contraria, concentrada más que nunca en la estrategia defensiva y totalmente ajena a lo que estaba a punto de suceder en los suntuosos salones de su bello palacio…

Fueron sГіlo dos golpes en la puerta: parecГ­a que el joven pretendiente estuviese tocando una campana, como el pesado pГ©ndulo de su mente, que ahora oscilaba entre el pudor extremo y la extrema audacia.

No es que ella despreciara el peligro en el cual se encontraba su marquГ©s, luchando entre las ballestas y los arcabuces, pero tambiГ©n requerГ­a de verdadero coraje sostener aquella llave, girarla y permitir que su amante cruzara aquel umbral, el Гєltimo baluarte de un corazГіn ya profanado.

Mientras el fuego de la chimenea extendГ­a la sombra de la puerta que se abrГ­a en la habitaciГіn, y el intrГ©pido caballero entraba, Beatriz se dio la vuelta y dejГі caer sensualmente al suelo su tocado de perlas.



"Dime que no es un pecado", suplicГі.


El joven se agachГі lentamente, tomГі el colgante, colocГі sus manos en las caderas de la dama y, rozando su cuello con sus labios, susurrГі la primera, la Гєnica frase de aquella noche:



"Ciertamente lo es. Pero aГєn mГЎs pecaminoso serГ­a desperdiciar este momento".


En ese instante, ella cerrГі los ojos, e, ignorando la amarga noticia de que al dГ­a siguiente vendrГ­a del campo de batalla, se volviГі suavemente y se entregГі a la pasiГіn. Y mientras su prometido era humillado por la caballerГ­a veneciana, ella, como una amazona en una silla de montar, se exaltaba a sГ­ misma, libre por una noche para ser ella misma.

Así que, cuando incluso el extremo combate de espadas en el campo cesó y el último leño de la chimenea se consumió, el nuevo amanecer no llegó para notificar la cada vez más inminente caída de Ferrara… sino tan sólo la enésima conquista de Tristano Licini dei Ginni.




II

El joven Tristano



Da BГ©rgamo a Roma

Tristano era un distinguido joven de veintidós años, brillante, culto y refinado; su esbelta constitución y las proporciones de su físico hacían de él lo que solía llamarse "un hombre apuesto"; a pesar de su corta edad, ya era un diplomático autorizado de los Estados Pontificios y, por lo tanto, estaba bien afianzado en todos los tribunales italianos. Sin embargo, no tenía una sede fija, era enviado de vez en cuando por la Santa Sede en misión a las Señoríos de la península (y no sólo), a veces sin el conocimiento de los propios embajadores oficiales, para encargarse de los asuntos más delicados, confidenciales y a menudo secretos. Todos los Señores e interlocutores notables sabían que hablar con él equivalía a dialogar directamente con el Santo Padre, sin embargo no tenía ningún título nobiliario, su pasado era un misterio para todos, su nombre nunca aparecía en ningún documento oficial, se vestía mucho mejor que muchos condes y marqueses pero no portaba ningún honor ni blasón en su pecho, Mostraba una disponibilidad casi ilimitada de dinero pero no era hijo de ningún banquero o comerciante, se movía con facilidad en el tablero político pero nunca dejaba rastros, escribía todos los días la historia pero nunca aparecía en ninguna de sus páginas… estaba en todas partes y sin embargo era como si no existiera.

En sus primeras tres dГ©cadas de vida habГ­a crecido en la provincia de BГ©rgamo, en la frontera con los territorios de la RepГєblica de Venecia, donde habГ­a recibido una buena educaciГіn cultural y una educaciГіn sexual y sentimental no convencional. HuГ©rfano de padre y, cuando aГєn era un adolescente, tambiГ©n de madre, vivГ­a con su abuelo, un noble viejo y cansado ahora en decadencia que, a pesar de todo, siempre se jactaba con orgullo de provenir de una familia de origen frederiano que, en la Г©poca de las Cruzadas, se habГ­a emparentado con miembros de familias toscanas tan nobles como ahora prГЎcticamente extinguidas; el anciano, sin embargo, seguГ­a gozando de un cierto respeto entre el pueblo y entre la gente del campo, algo que se reflejaba tambiГ©n en el jovencГ­simo Tristano. En la edad escolar este fue confiado al cuidado de los dominicos primero y luego de los franciscanos, revelando desde el principio cierta propensiГіn a la lГіgica y la retГіrica, aunque cada domingo por la maГ±ana enfurecГ­a a sus tutores religiosos al preferir la visiГіn angelical de la llegada de las jГіvenes novicias a la iglesia, al estudio de los clГЎsicos, el griego y el latГ­n. A veces se le veГ­a triste, quizГЎ por la ausencia paterna, pero nunca malhumorado, tenГ­a un temperamento vivaz pero siempre sereno, un aire alerta pero nunca impertinente y un rostro limpio que lo hacГ­a muy apreciado por todos en el pueblo, especialmente por las damas.

Acababa de cumplir 12 años cuando un episodio que más tarde reaparecería frecuentemente en sus sueños de adulto le abriría las puertas de un nuevo mundo, algo muy alejado de las reglas monásticas a las que estaba acostumbrado y de las virtudes cardinales que leía todos los días en los libros: Era una calurosa tarde de principios de verano, las puertas y las vistas del scriptorium de la biblioteca estaban abiertas de par en par para permitir que la corriente de aire hiciera menos pesadas dichas lecturas; Tristano tenía en la mano un tomo sobre San Agustín de Hipona, cuya historia le fascinaba particularmente y, sentado en una isla cerca de la ventana, se preparaba para zambullirse en el grueso ejemplar cuando notó un extraño movimiento en la calle a esa hora: Antonia, una viuda inconsolable, regresaba del cementerio, avanzando a paso rápido por la calle desierta, casi arrastrando a su hija, quien no había aprendido a caminar sino hasta los dos años. La joven y desafortunada muchacha parecía tener prisa por llegar sin ser vista a su destino; al poco tiempo, haciéndose cada vez más circunspecta, desvió su trayectoria ligeramente hacia la derecha y, tan pronto como llegó al local del boticario, entró en él. Inmediatamente después, el dueño, inclinado y con la cabeza fuera de la puerta, echó una rápida mirada a la derecha y a la izquierda, y cuando volvió a entrar, cerró la puerta, la cual se abrió de nuevo sólo media hora después, para dejar salir a la madre y a la hija. Dicha dinámica se repitió casi de manera idéntica el sábado siguiente, intrigando tanto a Tristano que la tentación de seguir investigando se hizo casi incontenible para el adolescente. Así que planeó esconderse en un viejo cofre que un peón de su abuelo utilizaba para abastecer a la esposa del boticario, una dama adinerada que, junto con sus dos hijas, preparaba destilados, hidrolizados y perfumes para el laboratorio de su marido. Tan pronto como la carga estuvo lista, Tristano vació del cofre el equivalente de su peso y se acomodó en este, dejando que el trabajador la cargara en el vagón y completara su transporte sin sospechar, yendo directamente a la botica como era su rutina. Una vez allí, escondido en su caballo de madera, como Ulises en Troya, esperó el momento en que el ayudante del herbolario saliera a pagar al dependiente y salió del cofre que había sido colocado entre las diversas bolsas de cereales y hierbas que llenaban la habitación. En ese momento sólo quedaba esperar… Y de hecho, poco después de que el campanario de la iglesia tocara la Novena, la bella Antonia, con su pequeña, entró puntualmente en la semioscuridad; esperándola en la entrada estaba el apuesto alquimista que, como un lobo en la presa, se aventuró a su generoso pecho, empujando a la mujer hacia la puerta fija de la puerta; y mientras con la mano derecha bloqueaba la parte móvil de esta, con la izquierda hurgaba bajo la túnica de la atractiva dama, que, abandonando la mano de la pequeña, se desataba al mismo tiempo el gorro que un momento antes recogía su larga cabellera cobriza. El joven miraba incrédulo lo que ocurría en medio de aquel éxtasis de hierbas medicinales, especias, raíces, velas, papel, tinturas, colores… Después de las primeras efusiones, el boticario se soltó y dio a la joven madre el tiempo justo para acomodar mejor a la niña en un asiento con una muñeca de trapo y paja, luego la tomó de la mano y, mientras la llevaba al cuarto de atrás, le preguntó sarcásticamente: "Dime, ¿qué le dijiste hoy a Don Berengario en el confesionario?”. El ímpetu entre ambos amantes se volvió mayor que antes: a los resueltos y susurros siguieron los gemidos; tan pronto como el audaz espía movía el telón con dos dedos, veía a los dos amantes fornicando pecaminosamente entre hierbas, semillas, perfumes, aguas aromáticas, aceites, ungüentos…

AsГ­ comenzГі su educaciГіn sexual, que pronto corroborГі, como toda disciplina que se precie, con la teorГ­a (procurando la ayuda de algunos textos considerados por sus preceptores como prohibidos) y la prГЎctica (provocando pensamientos impuros en algunas jГіvenes novicias).

Su primera relación real con una mujer fue con Elisa di Giacomo, la hija mayor de un campesino que trabajaba en la finca. Dos años más tarde, la bella Elisa acompañaba gustosa a Tristano en sus largos paseos por los senderos de la montaña, embrujada por sus historias, sus planes… y a menudo los dos terminaban inevitablemente haciendo el amor en alguna cabaña o refugio de la zona.

De hecho, estaban juntos en la celebraciГіn del dГ­a de cosecha cuando un puГ±ado de soldados extranjeros llegaron galopando en medio de la fiesta, pasaron a un lado de los trabajadores y los alarmados transeГєntes y llegaron frente a la alcoba rural, rodeГЎndola. El hombre mГЎs alto de la fila, quien portaba una brillante armadura como nadie habГ­a visto en aquellos lares, desmontГі de su caballo, se quitГі el casco y, golpeando la puerta de una patada, para total azoro de los asombrados tortolitos, irrumpiГі:



"¿Tristano Licini de’ Ginni?".


"SГ­, seГ±or, soy yo", respondiГі el joven, recogiendo sus pantalones y tratando de ocultar el cuerpo semidesnudo de su asustada compaГ±era con el suyo propio.

"Mi nombre es Giovanni Battista Orsini, SeГ±or de Monte Rotondo. ВЎVГ­stete! Debes seguirme a Roma inmediatamente. Tu abuelo ya ha sido informado y ha dado su permiso para que dejes estos lugares y te mudes lo antes posible a la casa de mi noble tГ­o, Su IlustrГ­simo y Reverendo SeГ±or Cardenal Orsini. Mi tarea es escoltarte, incluso por la fuerza si fuese necesario, ante su santa persona. Por favor, no te resistas y sГ­gueme".

Y así, arrancado de su microcosmos provincial en el que había encontrado su equilibrio, con sólo 14 años de edad, Tristano dejó para siempre aquellas pobres tierras de endebles fronteras para alcanzar y renacer como hombre en la opulenta ciudad que Dios había elegido para su asiento terrenal, en las eternas Urbs de los Césares, en el caput mundi…

DespuГ©s de 7 dГ­as de agotador viaje, habiendo llegado exhausto a la residencia del cardenal en Monte Giordano, el joven huГ©sped fue inmediatamente confiado al cuidado de un sirviente y poco despuГ©s llevado a la presencia del ilustre cardenal Latino Orsini, un destacado exponente de la facciГіn romana de Guelph, Supremo CapellГЎn y Arzobispo de Taranto, ex Obispo de Conza y Arzobispo de Trani, Arzobispo de Urbino, Cardenal Obispo de Albano y Frascati, Administrador ApostГіlico de la ArquidiГіcesis de Bari y Canosa y de la DiГіcesis de Polignano, asГ­ como SeГ±or de Mentana, Selci y Palombara, et cetera et cetera.

Durante el corto trayecto, Tristano escudriГ±Гі las severas miradas de los bustos de mГЎrmol de los ilustres antepasados de la noble familia, sostenidos por mГ©nsulas con protuberancias en forma de leones y rosas, el sГ­mbolo distintivo de los Orsini. Las preguntas en su mente crecГ­an fuera de toda proporciГіn, persiguiГ©ndose, superponiГ©ndose unas a otras.

Aquel salón con ventanas, intercaladas con pilastras, coronado por tímpanos curvos con cabezas de león y piñas, águilas coronadas, serpientes, etc.… le parecía infinito.

Su Gracia estaba en su polvoriento estudio, intentando firmar docenas de papeles que dos diligentes diГЎconos le entregaban con ritual pericia.

Tan pronto como se dio cuenta de que el joven habГ­a llegado, levantГі la cabeza poco a poco, girГЎndola ligeramente hacia la entrada; lentamente, con los ojos fijos en el muchacho y manteniendo el codo sobre la mesa, levantГі el antebrazo izquierdo, con la palma abierta, para anticiparse a su ayudante suspendiendo el paso de otros documentos. Se puso de pie y se acercГі al reciГ©n llegado sin prisa, como si buscara el mejor ГЎngulo para apreciar mejor sus rasgos; acariciГі su rostro con benevolencia, para despuГ©s poner sus dedos bajo su barbilla.



"Tristano", sussurrò… "finalmente, Tristano".


Luego colocГі una mano sobre su cabeza y con la otra lo bendijo dibujando una cruz en el aire.

El muchacho, aunque lleno de miedo y asombro, lo miraba fijamente para escudriГ±ar cada mГ­nimo movimiento de su boca y ojos, y encontrar algo que pudiese de alguna manera revelar la razГіn de su inmediato traslado. El cardenal, sosteniendo en su mano el precioso crucifijo que adornaba su pecho, se volviГі con un chasquido hacia la vidriera y, avanzando, se anticipГі a Г©l diciendo:



"Pareces inteligente, muchacho. Seguramente te preguntarás la razón de este coercitivo traslado a Roma… "


DespuГ©s de una breve pausa, continuГі:



"Todavía no ha llegado el momento de que lo sepas. Aún no… Solo debes saber que si estás aquí es por tu bien, por tu protección y por tu futuro. Y, de nuevo, por tu bienestar y el de la Santa Iglesia de Roma es que no debes saberlo. En estos tiempos oscuros, fuerzas diabólicas conspiran juntas contra el bien y la verdad. Tu madre lo sabía. Ese rosario alrededor de tu cuello es suyo, nunca te lo quites, es su protección, su bendición.

Si hay algo precioso en ti se lo debes sГіlo a ella, que te dio a luz con su carne a esta vida temporal y con su corazГіn a la vida eterna. Ella, en su infinito amor maternal, antes de reunirse con nuestro SeГ±or, te confiГі a nuestra persona y desde entonces hemos guardado un turbio secreto que cuando llegue el momento, sГіlo entonces, te serГЎ revelado. Veritas filia temporis".

"Señor, te lo ruego", intervino entonces Tristano con voz temblorosa "como todo buen cristiano necesito conocer la verdad…" y, sosteniendo su corazón palpitante con la fuerza del coraje, añadió: "La vida de los santos y sobre todo la de San Agustín nos enseñan a buscar la verdad, la misma verdad que ahora me ocultas".


El prelado se dio la vuelta y, mirando severamente, pero casi con suficiencia ante la reacciГіn del adolescente, respondiГі:



"Te respondo como lo hizo Ambrosio de MilГЎn a quien indignamente citas: 'No AgustГ­n, no es el hombre quien encuentra la verdad, este debe dejar que la verdad lo encuentre a Г©l'. Y como el entonces joven de Hipona, tu viaje hacia la verdad acaba de empezar".


Incluso antes de que alguien se atreviera a pronunciar otra palabra, mirГі a su acompaГ±ante y concluyГі:



"Puedes irte ahora".


Tristano, mudo y aturdido, fue retirado del lugar y, despuГ©s de algunos dГ­as, vestido segГєn los cГЎnones de esa casa secular, de Mons. Ursinorum fue trasladado a la Curia con el sobrino del cardenal.

Giovannni Battista, a pesar de las insistentes protestas del joven, nunca dio explicaciones válidas a esas misteriosas reticencias (tal vez no lo sabía o tal vez se veía obligado a guardar silencio) … pero se limitó a cumplir plenamente la tarea que le había encomendado su tío, iniciando inmediatamente al huérfano en la mejor formación diplomática, … habiendo, entre otras cosas, tenido ya la oportunidad de comprobar que el muchacho no se inclinaba en absoluto por la vida mística y religiosa.

Este Гєltimo, en la intimidad de las noches, a veces recordaba las palabras de aquel primer encuentro con el cardenal Latino, impotente ante las preguntas que le asediaban la mente: Вїpor quГ© no podГ­a o no debГ­a saberlo? ВїPor quГ© y de quiГ©n debГ­a ser protegido? ВїPor quГ© su humilde madre habrГ­a revelado y confiado a un ilustre prelado un secreto arcano sobre Г©l? ВїPor quГ© aquel secreto era tan peligroso para Г©l e incluso para toda la Iglesia?

En otras ocasiones había pensado en los lugares y personas de su infancia pero, ahora confiado definitivamente por su único pariente vivo a este ilustre nuevo protector, no podía dejar de aprovechar la ocasión para probar lo que había escuchado enfáticamente de los relatos de los padres dominicos; por lo tanto, se concentró en sus estudios y pronto se adaptó a los círculos eclesiásticos romanos, a las suntuosas habitaciones de la Curia, a los monumentos gigantescos, a los majestuosos palacios, a los suntuosos banquetes…

… tempora tempore, era como si ese tipo de vida siempre le hubiera sido familiar. No pasaba un día sin que desarrollara nuevas experiencias; no pasaba un día sin que agregara nuevas nociones a su bagaje cultural; no pasaba un día sin que conociera a nuevas personas: príncipes y criados, artistas y cortesanos, ingenieros y músicos, héroes y misioneros, parásitos y pusilánimes, prelados y prostitutas. Una continua e inagotable palestra de la vida…

Conocer a tanta gente como fuese posible, de cada clase, de cada origen, de cada extracción, de cada cultura, de cada credo, de cada linaje, entrar en su mundo, encontrar información útil, analizar cada pequeño detalle, escrutar a fondo cada alma humana, … era después de todo la base de su profesión. Y aparentemente aquello lo llevó a convertirse en un amigo de todos. En realidad, de la inestimable multitud de hombres y mujeres que había conocido en su vida, el diplomático sólo podía contar con unos pocos amigos verdaderos, tres de los cuales conoció en esos mismos años y con los cuales compartía un íntimo secreto:

Jacopo, un monje benedictino, un fino alquimista, erudito en botГЎnica, brebajes, pociones, perfumes, pero tambiГ©n fabricante de excelentes licores y digestivos. CompartГ­a con Tristano la pasiГіn por los clГЎsicos patrГ­sticos y la bГєsqueda filosГіfica de la verdad. A una edad muy temprana habГ­a matado con un alambique a su maestro, un viejo pedГіfilo impotente que habГ­a abusado repetidamente de sus estudiantes. El cadГЎver, disuelto en ГЎcido, nunca fue encontrado.

VerГіnica, criada por su madre en un burdel veneciano, habГ­a aprendido ya desde muy joven el arte de la seducciГіn que practicaba en Roma desde hacГ­a algunos aГ±os; su casa de citas era frecuentada todos los dГ­as por pintores, hombres de letras, soldados, ricos comerciantes, banqueros, condes, marqueses y, sobre todo, prelados de alto rango. La chica ya no tenГ­a ninguna familia en el mundo, excepto una hermana gemela que nunca habГ­a conocido, de cuya misteriosa existencia sГіlo sabГ­a Tristano.

Ludovico, hijo y ayudante del sastre personal de la familia Orsini, muy refinado, creativo, extravagante, extrovertido, experto en los más dispares tejidos, telas y accesorios, siempre informado sobre las novedades y tendencias de los países italianos y europeos. ¿Su secreto? … se sentía más atraído sexualmente por los hombres que por las mujeres y, aunque nunca se había atrevido a revelarlo, sentía una admiración y un afecto particular por Tristano que a veces trascendía el ámbito de lo meramente amistoso.

Tan pronto como podía, libre de las cargas de la Curia, entre una misión y otra, el embajador diplomático frecuentaba con gusto a sus amigos… Después de cada misión, tan pronto como regresaba a Roma, solía visitarlos, contarles acerca de las dinámicas aventureras que había experimentado y obsequiarles un recuerdo.

En el verano de 1477 el cardenal Orsini cayГі gravemente enfermo; llamГі inmediatamente a su protegido, que se encontraba en la abadГ­a de Santa MarГ­a de Farfa. Tristano corriГі como un rayo, pero cuando llegГі a Roma el palacio ya estaba de luto. Mientras subГ­a al piso principal, la sala que subГ­a hasta la cabecera estaba llena de prГ­ncipes fГєnebres y notables que susurraban: el alto cardenal habГ­a muerto en vano y con Г©l la posibilidad de conocer por su voz el arcano misterio que envolvГ­a el pasado del joven funcionario.

Desafortunadamente, el cardenal no habГ­a dejado nada que pudiese revelar algo. Tampoco el testamento del prelado hacГ­a la mГЎs mГ­nima menciГіn del secreto mencionado tres aГ±os antes.

En los días siguientes a su muerte, Tristano investigó la vida sagrada de Latino, buscando en la biblioteca del palacio… pero no encontró nada, ninguna pista relevante… excepto una sola página arrancada de un viejo diario de viaje. El documento se refería a una importante misión del cardenal Orsini en Barletta en el año MCDLIX. Los manuscritos del cardenal estaban casi todos escritos y conservados con una perfección tan maníaca que la falta de una hoja de papel, además mal cortada, habría sido rápidamente rellenada y arreglada, si no por el mismo Latino, sí por sus cuidadosos bibliotecarios, y esto por un momento había atraído las sospechas de Tristano; desgraciadamente no había nada más que pudiera revelar alguna pista o hipótesis digna de mayor investigación. Por lo tanto, decidió suspender todas las investigaciones y regresar a la Curia, donde podría continuar su labor diplomática bajo la égida de Giovanni Battista Orsini, quien, mientras tanto, había recibido el tan solicitado nombramiento como protonotario apostólico.

En sus primeras misiones diplomГЎticas fuera de los confines de los Estados Pontificios, Tristano estaba flanqueado por el Nuncio Papal Fray Roberto da Lecce, pero pronto sus excepcionales habilidades de diligencia, prudencia y discreciГіn convencieron a Giovanni Battista y a sus consejeros para confiarle cuestiones cada vez mГЎs crГ­ticas y delicadas para las que necesariamente debГ­a gozar de cierta independencia y autonomГ­a.

El complejГ­simo contexto de la Guerra de Ferrara era uno de ellas. No sГіlo los seГ±ores de la penГ­nsula, por diversos motivos y a diferentes niveles, estaban implicados, sino que tambiГ©n en el Estado de la Iglesia la situaciГіn se complicaba cada dГ­a mГЎs y exigГ­a a los ajedrecistas superiores que pudieran jugar al menos dos partidas al mismo tiempo: una externa y otra, quizГЎs mГЎs peligrosa para la Santa Sede, interna; de hecho en Roma se habГ­an creado dos facciones: los Orsini y los Della Rovere, en apoyo del Papa, contra el principado de Colonna, respaldado por los Savelli.

En resumen, la vida no era nada fácil para nuestro joven diplomático: el aliado afable y locuaz de la cena anterior podía muy bien convertirse en el curso de una noche en el amargo y deplorable enemigo de la mañana siguiente, el peón que había que quitar en el tablero de ajedrez para evitar el estancamiento o para dar aliento al enroque, la pieza que había que cambiar para lanzar el ataque final…

Ya despuГ©s del verano de aquel 1482, el cambio en la polГ­tica pontificia comenzГі a hacerse evidente. La Santa Sede habГ­a decidido poner fin a la guerra y Tristano habГ­a sido enviado a la corte de los Gonzaga precisamente para mostrar el cambio de voluntad de Roma hacia Ferrara y Mantua. Al mismo tiempo, disfrutando de la mГЎxima acogida de los anfitriones y teniendo libre acceso a las refinadas habitaciones del palacio, el joven de 22 aГ±os no podГ­a permanecer insensible a las llamadas de las jГіvenes cortesanas que desfilaban delante de Г©l en aquellas frГ­as tardes de invierno.




III

Alessandra Lippi



El encuentro con Pietro Di Giovanni y la parada en Prato

Al primer resplandor del sol de Mantua, Tristano, abandonado en los brazos de Morfeo despuГ©s de estar con su jovencГ­sima amante, habГ­a regresado recientemente a su habitaciГіn; trataba de disfrutar de un merecido sueГ±o, cuando una voz insistente bajo su ventana lo trajo de vuelta a la realidad:



"Su Excelencia… Su Excelencia… Mi señor…"


Un soldado con un pequeГ±o pergamino en la mano demandaba urgentemente su atenciГіn.

La carta tenГ­a el claro sello papal y ordenaba a Tristano que regresara a Roma lo antes posible.

AsГ­, sin esperar siquiera la fama del campo de batalla, el oficial pontificio tuvo que abandonar la ciudad de Virgilio con su escolta, pero no sin antes entintar rГЎpidamente dos diligentes mensajes: uno para el marquГ©s Federico, disculpГЎndose por la repentina partida y confirmando con seguridad el renovado apoyo del Santo Padre hacia Г©l y el duque de Ferrara; el otro para su Beatriz, agradeciГ©ndole el haber compartido generosamente con Г©l aquella noche y deseГЎndole el encuentro con ese amor necesitado que la promesa nunca pudo darle.

CabalgГі durante todo el dГ­a, parando sГіlo en Bolonia para refrescar los caballos, antes de cruzar los Apeninos Emilianos hacia Florencia.

Al dГ­a siguiente, cruzando un compacto y silencioso bosque de hayas, un disparo de ballesta cruzГі ligeramente el camino del joven fideicomisario pontificio, levantando en vuelo una bandada mixta de tordos y palomos. Mientras que instintivamente Tristano y sus hombres frenaban y se preparaban con sus armas en la mano, en la misma trayectoria, un caballo marrГіn exhausto y sangrante, pasГі a su lado como un rayo. Lo montaban un hombre y una joven que le sujetaba las caderas. Poco despuГ©s, cuatro jinetes mГЎs y luego dos mГЎs, en obvia persecuciГіn de los primeros.

Impulsivamente, el osado embajador decidiГі unirse a la caza en el denso bosque de hojas caducas, obligando a los dos de la escolta a hacer lo mismo.

Sin embargo, tan pronto como el bosque se abriГі en un claro ligeramente inclinado, los tres frenaron y, ocultos en el arbusto, trataron de entender lo que estaba pasando, manteniendo su distancia.

El corcel color marrГіn cayГі al suelo; los dos jГіvenes, sin su cabalgadura, trataron en vano de atrincherarse en una pequeГ±a cabaГ±a semiabandonada, ahora alcanzada por sus perseguidores; dos de ellos bajaron de sus caballos con sus espadas desenvainadas, mientras que los otros cuatro rodeaban la casucha.

Mientras su protegida intentaba con todas sus fuerzas abrir la maltrecha puerta, el joven, unus sed leo, se preparaba para enfrentarse a los dos matones con una daga. A pesar de la evidente inferioridad numГ©rica, el hombre logrГі detener la embestida por la derecha y despuГ©s de golpear al primer oponente en el bajo vientre, se volviГі hacia el segundo por la izquierda, esquivando el golpe y apuГ±alГЎndolo en el costado. CogiГі una espada, mirГі rГЎpidamente hacia la mujer, mientras tanto rodeado por el resto de los jinetes, reanudГі la lucha con el primer oponente, logrando con unos pocos golpes desarmarlo y reducirlo, a pesar de su tamaГ±o, con los hombros en el suelo. Pero al mismo tiempo, el grito desesperado de ayuda de su compaГ±era llamГі su atenciГіn; volviГ©ndose hacia la mujer, arrojГі su espada como si fuese una jabalina en el pecho del bruto que se precipitaba contra Г©l, recibiendo a su vez un dardo de ballesta en el hombro por parte del Гєltimo jinete que quedaba en la silla; nada pudo hacerse cuando otros dos se acercaron por detrГЎs de Г©l y le cogieron con una malla metГЎlica similar a las utilizadas en la caza, arrojГЎndole al suelo e inmovilizando inmediatamente sus miembros con un cinturГіn.



"No, Pietro…" gritó la joven desesperada. "¡Déjenlo! Es a mí a quien quieren", estalló en lágrimas.

"Detente", dijo el jefe, "No lo mates todavГ­a", y, seГ±alando a la pobre chica, continuГі: "Vamos a divertirnos primero".

"ВЎBastardos!" gritГі el prisionero mientras se retorcГ­a y trataba, en vano, de liberarse de sus ataduras. "ВЎSinvergГјenzas, cobardes, hijos de un perro!"


Uno de los maleantes sujetГі a la aterrorizada chica del cabello, le arrancГі la ropa y la forzГі contra la pared del cobertizo, inmovilizГЎndole los brazos, y mientras otros dos le ataban las piernas con una cuerda, comenzГі a colocarle un trapo en la boca para amortiguar los gritos.

En ese momento, Tristano, incapaz de permanecer impasible ante tan abominable violencia, decidiГі finalmente intervenir: saliГі al descubierto con sus hombres e, irrumpiendo en escena, atacГі heroicamente a aquella atroz manada de hienas lujuriosas. Los maleantes, aunque pocos, seguГ­an siendo superiores en nГєmero y no se amedrentaron: la tensiГіn aumentГі de nuevo. Pero mientras uno de los bravucones se subГ­a de nuevo los pantalones, Tristano reconociГі el lirio de los Medici en el friso de la capucha, e incluso antes de que el ballestero comenzara a tensar su arco contra uno de los suyos, levantando el puГ±o al cielo, los convocГі:



"Detente, te lo ordeno, en nombre del seГ±or Lorenzo de MГ©dicis" y regiamente estirГі su brazo hacia adelante y luego a la derecha y de nuevo a la izquierda, contra cada uno de los cuatro esbirros. "Tengo veinticinco hombres en mi comitiva listos para arrestaros y entregaros a las galeras de mi amigo Lorenzo", aГ±adiГі.


El mГЎs grande, entonces, reconociendo en el anillo la efigie de su seГ±or, y temiendo por lo tanto graves repercusiones contra Г©l, ordenГі inmediatamente a sus hombres que arrojaran sus armas; tambiГ©n tratГі de esbozar excusas por lo que habГ­a sucedido, pero Tristano lo silenciГі inmanentemente:



"LГЎrgate, delincuente".


Los cuatro, temerosos, montaron sus caballos y desaparecieron en el bosque de hayas.

Los soldados papales, aГєn incrГ©dulos por la manera en que el joven oficial habГ­a resuelto el asunto, liberaron rГЎpidamente a los dos jГіvenes y, vendando sus heridas lo mejor que pudieron, los subieron en un caballo.

AsГ­, reanudaron su viaje cuando el sol comenzГі a ponerse a su derecha.

Por la noche llegaron a Prato, donde Tristano conocГ­a a alguien que tal vez podrГ­a ocuparse de los dos desgraciados, lo cual le permitirГ­a continuar su viaje hacia Roma lo antes posible.

Cerca de la Piazza del Duomo, dos chicas acababan de regalar una barra de pan a un mendigo con frГ­o y se preparaban para volver a casa. Tristano saltГі repentinamente de su caballo, seГ±alГі a las dos jГіvenes y exclamГі:



"ВЎAlessandra!"


La mГЎs delgada de las dos se dio la vuelta, mirГі un momento a quien se habГ­a atrevido a pronunciar su nombre a esa hora tardГ­a y, recibiendo de la vista la confirmaciГіn de lo que ese sonido acababa de despertar en su baГєl de recuerdos, respondiГі:



"Tristano"


En un instante la chica corriГі para encontrarse con Г©l y libre de cualquier convenciГіn o inhibiciГіn, ya que entre ella y el chico habГ­an compartido algo mГЎs, echГі los brazos alrededor de su cuello, cerrГі suavemente los ojos y apretГі la cabeza con fuerza sobre el pecho del forastero.

Alessandra era la agraciada hija de Lucrezia Buti y del difunto pintor florentino Filippo Lippi. Su madre, Sor Lucrezia, había sido monja en el monasterio de Santa Caterina, obligada por la familia a una monacalización forzada. Su padre, capellán del convento del mismo monasterio de Prato, ya era reconocido en vida como uno de los mejores pintores de su tiempo y por ello muy a menudo recibía encargos por parte de las jerarquías eclesiásticas y las familias adineradas para pintar obras muy importantes, sobre todo de temas bíblicos y hagiográficos. Fue durante uno de estos trabajos que los dos se conocieron. La atracción fue inevitable e irrefrenable… ella era muy hermosa y sensual, él sumamente carismático y sensible: los dos religiosos se enamoraron locamente. La relación pecaminosa entre los muros sagrados del convento duró algún tiempo, durante el cual Sor Lucrezia se prestó voluntariamente a modelar algunos cuadros de Fray Felipe, hasta que éste, con ocasión de la procesión del Sagrado Corsé, decidió secuestrar a su amada y con ella comenzar una nueva vida como concubina, sin tener en cuenta la sensación, el escándalo y la desaprobación general. Obviamente la Iglesia se opuso fuertemente al vínculo entre los dos, calificándolo de lujurioso e incluso diabólico; sólo años más tarde, gracias a la intercesión de Cosme de' Medici, protector de Lippi, con el Santo Padre, los dos fueron finalmente rehabilitados y obtuvieron la disolución de sus votos. Así que unos años más tarde nació la hermosa Alessandra.

Tristano habГ­a conocido y frecuentado a la chica de manera casual durante sus estancias de adolescente en Florencia en la casa de los MГ©dicis y habГ­a quedado inmediatamente impresionado y atraГ­do de alguna manera, incluso mГЎs que por sus rasgos suaves, por su apertura de mente, extroversiГіn e independencia intelectual, caracterГ­sticas que ciertamente habГ­a heredado de ambos padres, mediante las cuales encarnaba intrГ­nsecamente el modus cogitandi et operandi.

Ahora la veГ­a a una distancia de casi un lustro, aГєn mГЎs hermosa, aГєn mГЎs femenina.

Los dos entraron en la casa, mientras el resto de la compaГ±Г­a esperaba fuera.

Tristano estuvo ahГ­ justo el tiempo suficiente para contarle a la casera lo que habГ­a ocurrido unas horas antes y despuГ©s los dos amigos salieron de nuevo al exterior, invitando a los transeГєntes a entrar en la casa. Alessandra, a pesar de lo tarde que era, mandГі llamar a un mГ©dico, arreglГі las habitaciones de los huГ©spedes y le asegurГі generosamente a Tristano que ella y su madre se encargarГ­an de la completa recuperaciГіn de los dos heridos.

AsГ­, mientras una copa de vino acompaГ±aba las amenas historias del huГ©sped y acentuaba el enrojecimiento de las mejillas de la graciosa anfitriona, Ipno y su Oneiroi descendieron lentamente sobre la ciudad de Prato.

Al día siguiente, inmediatamente después de los elogios de la mañana, el joven funcionario, agradeciendo debidamente la hospitalidad recibida, reanudó con su escolta el viaje a Roma, donde le esperaba su protector… y con éste otra emocionante misión a cumplir.

Por lo tanto, era necesario compensar unas pocas horas de viaje, posiblemente evitando otros eventos inesperados.

A no mГЎs de cien pies de la ciudad, en el polvoriento camino a Florencia, los tres caballeros papales acababan de empezar a acelerar su ritmo cuando se les uniГі un hombre a caballo con un llamativo vendaje entre el brazo y el hombro.



"Señores… señores, por favor. Deténganse…"


El jinete sin aliento era el tipo salvado por Tristano y justo antes confiado, junto con su mujer, al cuidado de la casa Lippi. El oficial papal tuvo que detenerse nuevamente.



"Le ruego, mi seГ±or, escГєcheme", continuГі suplicando, "lo que ha hecho y probado es mГЎs noble que cada blasГіn que adorna su pecho y cada corona que adorna el escudo de su casa".


Luego, bajГЎndose de su caballo, se postrГі ante el diplomГЎtico:



"PermГ­tame mostrarle mi eterna gratitud y ofrecerle mis servicios tan sГіlo como un pago parcial de la deuda impagable que contraje con usted cuando Su Excelencia nos salvГі a mГ­ y a mi mujer de la ferocidad asesina de esas bestias. Durante toda la noche no pude evitar pensar en lo que habГ­a pasado, y he tomado mi decisiГіn: si lo acepta, le ofrezco, sin pedir nada a cambio, mi humilde espada, y le juro lealtad mientras me permita servirle".


Tristano, para el alto cargo que ostentaba, no le faltaba ciertamente protección y francamente hasta entonces siempre se las había arreglado por su cuenta… pero vio en los ojos de ese hombre que imploraba una luz particular y un sentido de gratitud sincero, leal, desinteresado y poco común. Tanto que, sin que aquel humilde individuo añadiera nada más, preguntó:



"ВїCГіmo te llamas, gamГ­n?"

"Pietro Di Giovanni, mi seГ±or", respondiГі el hombre levantando la cabeza.

"LevГЎntate, Pietro. No tengo escudos de armas, ni casas para lucir, pero aprecio tu gratitud y acepto tus servicios. Pero ahora, si te importa tanto, antes de que lo pienses, monta tu caballo y partamos sin mГЎs demora".


Y asГ­ el equipo reanudГі la carrera hacia la Ciudad Eterna.




IV

El anillo del Magnifico



Giuliano de’ Medici y Simonetta Vespucci

Pietro, un hombre maduro, de aspecto tosco pero no demasiado rudo, era muy hГЎbil con la espada (gracias a la herencia de su padre, quien habГ­a asistido a la escuela boloГ±esa de Lippo Bartolomeo Dardi); estaba dotado de una excelente tГ©cnica y, aunque ya no era muy joven, tenГ­a una preparaciГіn fГ­sica justa; no le gustaba llamarse a sГ­ mismo mercenario, pero, como muchos otros, hasta entonces se habГ­a ganado la vida ofreciendo sus servicios a uno u otro seГ±or, participando en las muchas batallas y luchas que animaban a toda la penГ­nsula en aquellos aГ±os.

Durante el viaje, en un momento de marcha mГЎs moderado, el espadachГ­n flanqueГі a Tristano y, teniendo cuidado de no llevar el hocico de su caballo por delante del de su nuevo seГ±or, se atreviГі a preguntar:



"ВїPuedo hacerle, Su Excelencia, una pregunta?"

"Ciertamente Pietro, habla", respondiГі el distinguido funcionario, girando la cabeza unos grados hacia su atrevido ayudante".

"ВїCГіmo consiguiГі ese anillo, seГ±or? ВїEs realmente el anillo del MagnГ­fico?".


Tristano guardГі silencio unos momentos, esbozando una media sonrisa, pero luego, resolviendo que podГ­a confiar en ese hombre, al que conocГ­a desde hacГ­a solo unos dГ­as pero que ya comenzaba a apreciar, dejГі atrГЎs la reserva y comenzГі su historia:



"Han pasado ya siete aГ±os desde que el Cardenal Orsini me llevГі con Г©l a Florencia por primera vez, siguiendo a una delegaciГіn mГ©dica creada especialmente para llevar asistencia a Su Excelencia ReverendГ­sima, Rinaldo Orsini, Arzobispo de Florencia, que habГ­a estado enfermo sin ningГєn signo de remisiГіn durante mГЎs de dos semanas. Llegados a la ciudad, mientras el mГ©dico y sus aprendices -entre los que se encontraba tambiГ©n mi amigo Jacobo- fueron enviados inmediatamente a la diГіcesis a la cabecera del prelado sufriente, el cardenal me llevГі con Г©l a la casa de la Virgen Clarisa, sobrina y esposa de Lorenzo de MГ©dicis, el MagnГ­fico MessГЁre.

Todavía recuerdo la dulce y maternal mirada con la que la mujer Clarice me acogió y me ofreció su mano. Me presentó a su familia y amigos e inmediatamente puso todas las comodidades del palacio a mi disposición. Todas las noches sus banquetes eran atendidos por hombres de letras, humanistas, artistas, cortesanos y… especialmente mujeres hermosas.

La mГЎs bella de todas, la que aГєn hoy nadie puede igualar y destituir de mi trono de ideal, era Simonetta Cattaneo Vespucci.

La noche en que la vi por primera vez, llevaba un vestido de dГ­a brocado y forrado en terciopelo rojo, que dejaba a la vista un generoso escote, preciosamente bordeado por una gamurra negra, que se adherГ­a perfectamente al pecho turgente y guardaba hasta sus pies las suaves formas del cuerpo admirado y deseado. La mayor parte de su cabello rubio y ondulado caГ­a sobre los hombros, suelto, mientras que sГіlo unos pocos estaban hГЎbilmente reunidos en una larga trenza enriquecida con cuerdas y perlas muy pequeГ±as. Unos cuantos mechones rebeldes enmarcaban aquel rostro armonioso, fresco, radiante y etГ©reo. TenГ­a ojos grandes y melancГіlicos, muy sensuales, por lo menos tan sensuales como aquella media sonrisa que esbozaban sus labios aterciopelados y entreabiertos, realzada por un pequeГ±o hoyuelo en la barbilla, roja, del mismo color del dГ­a.

Si no hubiera recibido mГЎs tarde la terrible noticia de su muerte, todavГ­a creerГ­a que era una diosa encarnada en un perfecto envoltorio femenino.

Sólo tenía un defecto: ya tenía un marido… realmente celoso. Con sólo 16 años se había casado en su Génova con el banquero Marco Vespucci, en presencia del Dux y de toda la aristocracia de la república marítima.

Era muy querida (y al mismo tiempo envidiada) en la sociedad; en aquellos aГ±os se habГ­a convertido en la musa favorita de muchos hombres de letras y artistas, entre ellos el pintor Sandro Botticelli, un viejo amigo de la familia Medici, que estaba platГіnicamente enamorado de ella y que en ese entonces pintaba sus retratos por todas partes: incluso el estandarte que habГ­a realizado para el carrusel de aquel aГ±o y que ganГі Г©picamente Giuliano de' Medici, retrataba su rostro etГ©reo.

Al dГ­a siguiente fueron invitados a un banquete en la villa de Careggi que el MagnГ­fico habГ­a organizado en honor de la familia Borromeo con la intenciГіn implГ­cita de presentar a una de sus hijas a su hermano Giuliano, quien, sin embargo, como y quizГЎs mГЎs que muchos otros, habГ­a perdido claramente la cabeza por Cattaneo. DespuГ©s de las primeras galanterГ­as, de hecho, Giuliano dejГі la habitaciГіn e invitГі a los invitados al jardГ­n, donde la mujer de Vespucci, aprovechando la ausencia de su marido, le habГ­a estado esperando desde esa maГ±ana en un viaje de negocios.

Entre un curso y otro, Lorenzo deleitaba a sus invitados declamando agradables sonetos compuestos por Г©l mismo. Por otro lado, si era necesario, algunos de los ilustres invitados respondГ­an en rima, animando agradablemente el simposio. AdemГЎs de los nobles amigos y familiares, en aquella mesa estaban sentados estimados acadГ©micos neoplatГіnicos como Marsilio Ficino, Agnolo Ambrogini y Pico della Mirandola, asГ­ como varios miembros del Consejo Florentino.

A pesar de ser el jefe establecido de la familia mГЎs rica y poderosa de Florencia y de convertirse cada vez mГЎs en el ГЎrbitro indiscutible del equilibrio polГ­tico de la penГ­nsula, Lorenzo tenГ­a sГіlo veintisГ©is aГ±os y poseГ­a el indudable mГ©rito de haber sido capaz de construir a su alrededor una corte joven, brillante, pero al mismo tiempo prudente y capaz. En unos dГ­as de conocimiento se convirtiГі en un modelo a seguir, un concentrado de valores a los cuales aspirar. Pero lo que objetivamente los diferenciaba y que nunca podrГ­a haber igualado, aparte de los once aГ±os de edad, era el hecho de que Г©l pudiera contar con una familia sГіlida y unida: su madre, la mujer Lucrezia, lo era, mГЎs aГєn desde la muerte de su pariente Piero, su omnipresente cГіmplice y consejero; Bianca, su dulce y querida hermana, era una gran admiradora de su hermano mayor, no perdГ­a nunca la ocasiГіn de alabarlo y cada vez que pronunciaba su nombre en pГєblico sus ojos brillaban; Giuliano, un hermano menor sin escrГєpulos, a pesar de sus diferencias veniales y su impertinencia, tambiГ©n habГ­a estado siempre a su lado, aunque involucrado en todos sus Г©xitos y fracasos polГ­ticos; Clarice, a pesar de haberse enterado de algunas traiciones matrimoniales, nunca habГ­a dejado de amar a su marido y siempre lo habrГ­a apoyado contra todos, incluso contra su propia familia si hubiera sido necesario. Era agradable ver aquella corte familiar alrededor de la cual la ciudad, con elegante subordinaciГіn y reverencia, acudГ­a a cada fiesta, cada celebraciГіn, cada banquete. Y aquella era una ocasiГіn ejemplar, a la que, como otras, habГ­a tenido el privilegio de asistir.

Sin embargo, antes de que el confitero hiciera su entrada triunfal en la habitación, escuché un perro ladrando repetidamente fuera de la villa e instintivamente decidí salir y ver qué es lo que alteraba al animal para que este tratase de atraer la atención de sus dueños. Al entrar en el jardín, descubrí a Giuliano y a Simonetta revolcándose en el suelo sin control de sus miembros: Vespucci, jadeando y con los ojos y la boca bien abiertos, temblaba como una hoja; su amante, en cambio, intentaba arrancarle la ropa, alternando espasmos y jadeos… Sin demora volví a casa y, aprovechando un descanso, con la mayor discreción pedí a Lorenzo que me siguiera.

Precipitados en el lugar, vimos los dos cuerpos yaciendo en el suelo. Lorenzo me ordenГі que llamara inmediatamente al mГ©dico; aunque intentГі sacudir la cabeza y el pecho de su hermano menor, este no reaccionГі en absoluto, ni a los golpes ni a su voz. DespuГ©s de un tiempo, empezaron las convulsiones.

La situaciГіn era crГ­tica y muy delicada. DespuГ©s de unos momentos, en la cara del MagnГ­fico, la excitaciГіn y el desconcierto se convirtieron en pГЎnico y en una sensaciГіn de impotencia. Aunque habГ­a querido pedir ayuda a cualquiera de los presentes en su casa que pudiera ofrecГ©rsela, sabГ­a que el hecho de que el pГєblico encontrara a los dos jГіvenes en tales condiciones, ademГЎs de provocar un enorme escГЎndalo, habrГ­a supuesto para Г©l y su familia la pГ©rdida del importante apoyo polГ­tico de Marco Vespucci, en ese momento el equilibrio de un Consejo ya socavado por los Pazzi (el noble Jacopo de' Pazzi, sin duda alguna, habrГ­a aprovechado la situaciГіn para reclamar el control de la ciudad).

Ni siquiera la repentina llegada del mГ©dico y el boticario tranquilizaron a Lorenzo, que siguiГі preguntГЎndome sobre lo que habГ­a visto antes de su llegada. En efecto, los galenos, aunque formularon inmediatamente la hipГіtesis de un envenenamiento, no pudieron identificar la sustancia responsable y, por consiguiente, indicar un posible remedio. Mientras tanto, llegГі tambiГ©n Agnolo Ambrogini, el Гєnico, ademГЎs de su madre, en el que Lorenzo confiaba ciegamente; se le encomendГі la tarea de inventar una excusa adecuada para los invitados, que con razГіn empezaron a notar y acusar la ausencia del propietario. Con la ayuda de Agnolo los cuerpos fueron rГЎpida y secretamente trasladados a un refugio cercano.

Me di cuenta entonces de que donde el cuerpo de Simonetta estaba ahora mismo tendido habГ­a una pequeГ±a cesta de manzanas y bayas, todas aparentemente comestibles e inofensivas. TomГ© una baya de arГЎndano entre dos dedos y la apretГ©. En un instante recordГ© que Jacopo unos meses antes en Roma me habГ­a mostrado una planta muy venenosa, llamada "atropa" y tambiГ©n conocida como "cereza de SatanГЎs", cuyos frutos se confundГ­an fГЎcilmente con las bayas del arГЎndano comГєn, pero a diferencia de estas Гєltimas eran, aГєn en pequeГ±as cantidades, letales. El macerado de las hojas de atropa era utilizado a menudo por las mujeres jГіvenes para pulir sus ojos y dilatar sus pupilas con el fin de parecer mГЎs seductoras. Mi hipГіtesis fue aceptada como posible por el doctor y confirmada por el hecho de que ambos moribundos mostraban manchas azules en sus labios. Sin embargo, el mГ©dico afirmГі que en tal caso no habrГ­a cura conocida, lanzando al propietario a la mГЎs desesperada resignaciГіn.

La dinГЎmica se aclarГі dГ­as despuГ©s: alguien, a sueldo de Francesco de' Pazzi, habГ­a sustituido furtivamente los arГЎndanos por la atropa en aquella cesta de frutas que Donna Vespucci habГ­a compartido entonces con su amante. Giuliano se habГ­a envenenado a sГ­ mismo rasgando, en un juego erГіtico, las bayas venenosas directamente de la boca de la bella Simonetta. Y asГ­, despuГ©s de unos minutos, la poderosa droga producirГ­a sus efectos.

AГєn sorprendido por la rapidez del efecto, me atrevГ­ entonces a entrometerme por segunda vez y propuse a messГЁr Lorenzo hacer un intento extremo, consultando a la delegaciГіn papal hospedada en la diГіcesis. El MagnГ­fico, haciГ©ndome prometer guardar el mГЎximo secreto, aceptГі y con gran prisa me escoltaron hasta donde estaba Jacopo, con quien regresГ© poco despuГ©s. Mi amigo benedictino analizГі los frutos de la solanГЎcea y le dio a los moribundos un antГ­doto de las tierras desconocidas de ГЃfrica. DespuГ©s de una hora mГЎs o menos, los sГ­ntomas disminuyeron, la temperatura corporal comenzГі a bajar y despuГ©s de ocho dГ­as los dos jГіvenes se recuperaron completamente.

Junto con la parca, todos los sospechosos fueron retirados, dentro y fuera de los muros. De hecho, cuando Marco Vespucci regresó a la ciudad con sus banqueros, no notó nada: era aún más rico, Simonetta era aún más hermosa, Giuliano estaba aún más enamorado… pero, sobre todo, Florencia era aún más Medici.

Incluso el arzobispo, poco a poco, parecía recuperarse; así que comenzamos a prepararnos para regresar a Roma. Pero primero, el Magnífico, como muestra de su afecto y estima, así como de su gratitud, quiso rendir homenaje a través de lo que todos consideraban uno de los mayores reconocimientos de la república: el anillo de oro de seis bolas, paso universal dentro de los territorios de la ciudad… y no sólo.

Desde entonces lo he llevado siempre conmigo, como un precioso testimonio de la amistad de Lorenzo y como un eterno recuerdo de aquellos dos desdichados amantes que, como ParГ­s y Helena, se arriesgaron varias veces para convertir Florencia en Ilio.


A lo largo de la narraciГіn, Pietro, fascinado y embelesado por la extraordinaria naturaleza de los hechos, la capacidad de oratoria del narrador y la abundancia de detalles, no osГі proferir palabra alguna.

EsperГі unos segundos despuГ©s del final feliz para asegurarse de no profanar aquella increГ­ble historia y, dando un apretГіn a su vendaje, dijo finalmente con orgullo:



"Gracias, Signore. Servirle no sГіlo serГЎ un honor para mГ­, sino un placer".


DespuГ©s de dos dГ­as de viaje, el Camino de Casia revelГі la magnificencia de Roma y aunque los hombres y los animales estaban muy cansados, ante esa sola vista las almas recuperaron el vigor y los cuerpos su fuerza. Tristano preparГі su caballo y acelerГі la marcha.




V

La condesa de Forlì



Girolamo Riario y Caterina Sforza

EsperГЎndole en las habitaciones del protonotario no estaba Giovanni Battista sino un clГ©rigo regordete que le invitГі a unirse al ocupado MonseГ±or directamente en la BasГ­lica de San Pedro, donde habГ­a sido urgentemente convocado por el PontГ­fice. AllГ­ los encontrГі a los dos, en medio de un serio encuentro, frente al monumento funerario de Roberto Malatesta, el hГ©roe de la batalla de Campomorto.

Al lado de Sixto IV estaba su sobrino, el siniestro CapitГЎn General Girolamo Riario, a quien Tristano ya conocГ­a por haber sido uno de los principales participantes en la fallida conspiraciГіn de Florencia cuatro aГ±os antes, durante la cual se volviГі contra sus amigos Lorenzo y Giuliano de' Medici, lo cual le costГі la vida a este Гєltimo.

No había sido pagado por haber recibido de su tío los señoríos de Imola y Forlì, después de no haber tomado posesión de Florencia y no haber conquistado Urbino, el insaciable Riario corría ahora el peligro de ver disminuir definitivamente sus ambiciones para Ferrara.

La RepГєblica de Venecia, como ya se habГ­a dicho, seguГ­a haciendo oГ­dos sordos a las advertencias y excomuniones del Papa; de hecho, despuГ©s de retirar sus embajadores de Roma, amenazГі cada dГ­a la frontera milanesa y los territorios de la Iglesia en RomaГ±a. Y eso era lo que ahora preocupaba al viejo Sixtus IV mГЎs que cualquier otra cosa.

Antes de que fuera irremediablemente demasiado tarde, se decidiГі entonces jugar la carta aragonesa: se decidiГі enviar a Tristano a NГЎpoles con el rey Fernando para intentar convencerle, despuГ©s de Campomorto, de que firmara un nuevo acuerdo de coaliciГіn (en el que participarГ­an tambiГ©n Florencia y MilГЎn) contra la SerenГ­sima. En realidad, Giovanni Battista no estaba muy entusiasmado con esta soluciГіn y, por el contrario, habГ­a propuesto que podГ­a tratar directamente con el Dux, pero dada la firme determinaciГіn del Santo Padre, finalmente tuvo que poner buena cara, aceptando la tarea.

El mГЎs satisfecho con la soluciГіn deliberada era obviamente Girolamo, que veГ­a en aquel movimiento el Гєltimo rayo de esperanza para poder sentarse como protagonista en la mesa de los ganadores y finalmente poner sus manos en la ciudad estense.



"MonseГ±or Orsini" invocГі este Гєltimo antes de que el Santo Padre despidiera a los presentes. "Por favor, tenga la cortesГ­a, Su Magnitud y nuestro honorable embajador, de aceptar la invitaciГіn a un sobrio banquete que mi seГ±ora y yo celebraremos maГ±ana por la tarde en mi humilde palacio de Sant'Apollinare para inaugurar el perГ­odo de la Santa Natividad".


Giovanni Battista, deferente, aceptГі agradecido.

Tristano, que no se habГ­a pronunciado deliberadamente ante el capitГЎn, al final de la reuniГіn, en un asiento separado, tambiГ©n fue persuadido por su protector de aceptar la invitaciГіn sin mГЎs reticencias. Bajando la escalera de la basГ­lica de Constantino, Orsini le dijo:



"MaГ±ana por la maГ±ana a la tercera hora te esperarГ© en mi oficina para los detalles de Mantua, pero primero envГ­a una rГЎpida confirmaciГіn a Riario. ВЎPuedes rechazar la invitaciГіn del sobrino del Papa, pero no la de su hijo!"


Poco despuГ©s se subiГі a su carruaje y desapareciГі en medio de las atestadas calles de la ciudad.

El joven diplomГЎtico estaba agotado y aquella Гєltima indiscreciГіn, ademГЎs haberla sentido algo forzada, le habГ­a hecho perder la palabra; entrГі en la primera posada que vio abierta y, despuГ©s de comer algo, enviГі a Pietro y a los dos caballos a un refugio temporal; mientras se ponГ­a el sol, se fue caminando a casa.

Sin embargo, cuando llegó a su casa, las emociones de aquel día parecían no haber terminado aún…

Desde la calle captГі por un momento una tenue luz de vela que iluminaba el piso superior de la residencia.

Desenvainó su espada y con cautela subió al nivel superior y de nuevo vio aquel brillo que iluminaba el dormitorio… Luego otro brillo más intenso y una tercera vela…



"ВїQuiГ©n estГЎ ahГ­?" PreguntГі, al tiempo que sacaba una daga de un escudo en la pared." "ВЎSalga!" Y de una patada, abriГі la puerta ya entreabierta de la habitaciГіn.


Una risa impertinente rompiГі la tensiГіn y ante sus ojos aparecieron las suaves curvas de un cuerpo femenino que conocГ­a bien. Era su VerГіnica.



"Dime, oh mi hГ©roe. Mis oГ­dos estГЎn impacientes por oГ­r tu voz", susurrГі la inconfundible voz de su amante.

"No tanto como mis manos por sacudir tus caderas, querida, respondiГі Tristano colocando su espada en un asiento, luego se acercГі a la joven prostituta y, dejando caer su capa color azul marino en el suelo, acudiГі a su encuentro.


La chica sonriГі mientras acercaba su dedo Г­ndice a su boca. NegГі con la cabeza y se soltГі su cabello rizado. Se quitГі la camisa y lo empujГі hacia la cama, aГ±adiГі:



"TendrГЎs que ganarte tu historia de hГ©roe".


Y entre la risa y los habituales juegos erГіticos a los que estaban acostumbrados, el cansancio desapareciГі de repente.

Al dГ­a siguiente, habiendo recuperado sus fuerzas y el elegantГ­simo abrigo de lana negra que le habГ­a encargado al buen Ludovico antes de partir hacia Mantua, el joven diplomГЎtico acudiГі, ob torto collo, al banquete de Riario.

El flamante palacio, que había sido edificado sobre las ruinas de un antiguo templo dedicado a Apolo, era hermoso. Había sido diseñado por el maestro de Forlì Melozzo di Giuliano degli Ambrosi para satisfacer los aires de grandeza de Girolamo y el refinado gusto de su joven y bella dama: Caterina Sforza, hija natural del difunto Duque de Milán, Galeazzo, y de su amante, Lucrezia Landriani.

La amable e indiferente anfitriona acogiГі con su esposo, veinte aГ±os mayor, a los preciosos huГ©spedes en el maravilloso patio, a pesar del aire particularmente frГ­o de aquella noche. Llevaba una gamurra larga y ajustada con un sensual borde de encaje negro que contrastaba con el color claro de su piel. El vestido se sujetaba con cuerdas en la espalda y se completaba con mangas separadas bordadas con hilos de oro, hechas de telas abigarradas y artГ­sticamente cortadas y unidas por cordones, desde cuyos cortes se hinchaba la camisa blanca. Su cabello estaba recogido en un velo muy sensual engullido por perlas y trГ©molos dorados.

Tan pronto como le tocГі a Г©l, el Riario le presentГі el invitado a su esposa:



"Su Excelencia Tristano de' Ginni, en quien Su Santidad deposita su total confianza y bendiciГіn", dijo, como para enfatizar que Г©l era el hombre del que dependГ­a el Г©xito de la prГіxima empresa y luego la fortuna de la familia.

"Una fama extraordinaria le precede, seГ±or", enfatizГі Caterina, dirigiГ©ndose al apuesto aludido.

"Extraordinaria es la elaboraciГіn de su magnГ­fico colgante grabado en buril con la tГ©cnica superlativa de los maestros franceses de la fundiciГіn a la cera perdida, seГ±ora", replicГі el joven diplomГЎtico con prontitud, mirando fijamente su largo cuello y mirando a sus ojos, profundos y orgullosos de pertenecer a un linaje de gloriosos guerreros pero al mismo tiempo melancГіlicos, revelando un alma insatisfecha, fieles indicadores de la tГ­pica infelicidad de la riqueza ostentosa.


Tristano fue acaparado por ellos, no saliГі ni un momento durante la noche y aprovechando la ausencia temporal de su marido, entretenido fuera de la sala por cardenales y polГ­ticos, se atreviГі a invitar a la dama a una bassadanza.

Ella, desde el perГ­odo milanГ©s, estaba acostumbrada a practicar diversas actividades, tambiГ©n consideradas inconvenientes para su sexo y para su rango: era una hГЎbil cazadora, tenГ­a una verdadera pasiГіn por las armas y una marcada propensiГіn al mando heredada de su madre, le encantaba probar su mano en los experimentos de botГЎnica y alquimia. Era una temeraria y amaba a los temerarios.

Aunque tenГ­a los ojos de todos en ella, no pudo negarse.



"Me encanta la escultura griega de Policleto y Fidias. ВїY a usted, mi seГ±ora? "Tristano le preguntГі mientras los movimientos de baile permitГ­an que su boca se acercara a su oreja.

"SГ­, es sublime. A mГ­ tambiГ©n me encanta", respondiГі Caterina sonriendo.

"ВїHa presenciado la colecciГіn de arte del Palacio Orsini? Hay cuerpos de mГЎrmol hercГєleos que no tienen precio", aГ±adiГі el atrevido caballero.

"Oh", la noble dama fingió estar asombrada y disgustada, "me imagino… Usted también, señor, debería ver las pinturas de mi Melozzo, que guardo celosamente en mi palacio", respondió voluptuosamente antes de que el final de la pieza musical los separara.


Durante el resto de la noche la refinada dama de la casa ignorГі las atenciones del joven seductor que, por el contrario, no podГ­a ver y oler nada mГЎs que el brillo y el olor de aquella piel que apenas habГ­a tocado.

La cena terminГі y uno tras otro los comensales abandonaron el exitoso banquete.

Tristano ya estaba en el patio cuando una le fue entregada una nota en un papel doblado…

"Las obras de mi Melozzo estГЎn en la logia del piso principal".

Y asГ­ como no podГ­a rechazar la invitaciГіn del hijo del Papa, tampoco podГ­a rechazar la de su estimada nuera. VolviГі a entrar y siguiГі a la sirvienta al piso de arriba, donde esperГі con impaciencia el momento en que Caterina pudiera finalmente soltarse su larga cabellera rubia, bajo la cual descubrirГ­a la intensidad de sus labios, de color escarlata, asГ­ como las heridas de los innumerables sufrimientos que habГ­a sufrido.

Caterina tenía una psiquis compleja… y la complejidad de la psiquis de una mujer es algo que un buen seductor puede observar mejor en dos situaciones muy particulares: en el juego y entre las sábanas.

Hasta el amanecer del nuevo dГ­a no se perdonГі a sГ­ misma, ni siquiera cuando entre lГЎgrimas le confiГі a Tristano la violencia que habГ­a sufrido desde niГ±a.



"A veces los secretos sГіlo pueden ser confiados a un extraГ±o", dijo. Inmediatamente despuГ©s comenzГі su conmovedora historia:

"Yo no era la prometida de Girolamo Riario, pero todo estaba arreglado para que mi prima Costanza, que entonces tenГ­a once aГ±os, se uniera ante Dios y los hombres con ese animal rabioso. Sin embargo, en la vГ­spera de la boda, mi tГ­a, Gabriella Gonzaga, exigiГі que la consumaciГіn de la uniГіn legГ­tima tuviera lugar sГіlo despuГ©s de tres aГ±os, cuando la pequeГ±a Costanza hubiese alcanzado la edad legal. Ante esta condiciГіn, Girolamo, furioso, anulГі el matrimonio y amenazГі con terribles repercusiones para toda la familia por la grave vergГјenza sufrida. AsГ­ fue que, como se hace con un anillo astillado, mis parientes me sustituyeron por la prima rechazado, consintiendo todas las demandas del despГіtico novio. SГіlo tenГ­a diez aГ±os".


Tristano, aturdido, sintiГі que sГіlo podГ­a abrazarla fuertemente y secar las lГЎgrimas que caГ­an por su rostro.




VI

El Asedio de Otranto



Ahmet PasciГ  y la liga contra los turcos

DespuГ©s de unos dГ­as, habiendo ultimado los Гєltimos detalles, segГєn lo establecido, el incansable funcionario pontificio partiГі hacia NГЎpoles.

AcompaГ±ГЎndole en su misiГіn secreta estaba el valiente Pietro, ya totalmente recuperado e impaciente por conocer la ciudad napolitana de la que su padre tanto le habГ­a hablado desde temprana edad.

Para Tristano, en cambio, no era en absoluto la primera vez y, tras la habitual insistencia impertinente de su escudero, empezГі a narrar lo que habГ­a sucedido casi tres aГ±os antes:



"Estaba tan emocionado y lleno de curiosidad como tГє ahora. ImagГ­nate, conocГ­a NГЎpoles sГіlo en un viejo mapa benedictino ilustrado por mi difunto abuelo para mostrarme el lugar donde mi madre habГ­a servido en la corte a una edad temprana. DespuГ©s conocГ­ al Hermano Roberto, mi maestro y guГ­a, en aquel entonces conocido como Hermano Roberto Caracciolo de Lecce, en la maravillosa capilla real de NГЎpoles y juntos nos apresuramos a advertir al Rey Fernando de AragГіn del inminente peligro turco en la costa este.

Una sentida carta del Gran Maestre de los Caballeros Hospitalarios habГ­a informado poco antes al Papa de los intentos de la RepГєblica de Venecia de empujar a los otomanos a llevar a cabo una expediciГіn contra la penГ­nsula italiana y especГ­ficamente contra el Reino de NГЎpoles. Esto obviamente despertГі una indecible preocupaciГіn no sГіlo para los aragoneses sino para toda la cristiandad.

Sin embargo, Ferrante (el nombre que sus sГєbditos habГ­an dado al Rey Fernando), no sГіlo permaneciГі sordo a las advertencias sobre los turcos, sino que pronto, irresponsablemente, ordenГі en su lugar la retirada de 200 soldados de infanterГ­a de Otranto para emplearlos contra Florencia.

AsГ­, el gran visir Gedik Ahmet Pasha, despuГ©s de un intento fallido de arrebatar Rodas a los Caballeros de San Juan, desembarcГі sin ser molestado con su flota en la costa de Brindisi, dirigiendo su atenciГіn a la ciudad de Otranto. Inmediatamente enviГі una delegaciГіn a aquellos muros blancos, garantizando a los otrantinos que respetarГ­a su vida a cambio de una rendiciГіn inmediata e incondicional. Este Гєltimo, sin embargo, no sГіlo rechazГі las condiciones del mensajero turco, sino que lamentablemente lo matГі, desatando la previsible ira del feroz Ahmet Pasha.

En el verano los turcos irrumpieron en la ciudad como bestias sedientas de sangre y en pocos minutos arrasaron con todo lo que se les oponГ­a.

La catedral era el refugio extremo para mujeres, niños, ancianos, discapacitados, habitantes aterrorizados, el último bastión en el que atrincherarse cuando todas las demás defensas habían caído: los hombres reforzaron las puertas, las mujeres con sus pequeños en brazos, en una línea a lo largo del árbol cosmogónico de la vida, pidieron a los religiosos la última comunión… y como los primeros cristianos elevaron a Dios un triste canto litúrgico esperando el martirio; la caballería irrumpió por la puerta, los demonios entraron apresuradamente, estos se abalanzaron sobre la multitud, sin hacer distinción alguna; el Arzobispo ordenó a los infieles que se detuvieran en vano, pero sin hacer caso él mismo fue ferozmente golpeado y decapitado junto con los suyos; ni mujeres ni niños se libraron de la ciega furia asesina. Mujeres nobles saqueadas y desnudadas, las más jóvenes violadas repetidamente en presencia de sus padres y maridos sujetados por el cuello, asesinadas en honor y alma ante sus cuerpos. Desde la catedral, la violencia más cruel y brutal se extendió a toda la ciudad. 800 hombres lograron en primera instancia escapar en una colina pero, también bloqueados por los jinetes del jefe bárbaro, llegaron uno por uno a ras de cimitarra. La población fue exterminada abominablemente: de cinco mil habitantes al final del día sólo quedaban vivos unas pocas docenas, salvados a cambio de la conversión al Corán y el pago de trescientos ducados de oro.

SГіlo cuando estas noticias atroces llegaron a la corte, Ferrante comprendiГі el enorme pecado de subestimaciГіn cometido y decidiГі confiar la reconquista de esas tierras a su hijo Alfonso.

Paternalmente, el Santo Padre escribiГі a todos los seГ±ores de Italia, pidiГ©ndoles que dejaran de lado sus rivalidades internas para enfrentar juntos la amenaza otomana y a cambio concediГі a los adherentes de la Liga Cristiana constitutiva una indulgencia plenaria. Dada la gravedad y la criticidad de la situaciГіn, la Curia asignГі 100.000 ducados para la construcciГіn de una flota de 25 galeras y el equipamiento de 4000 soldados de infanterГ­a.

El llamamiento de Sixto IV fue contestado por el Rey de NГЎpoles, el Rey de HungrГ­a, los Duques de MilГЎn y Ferrara, las RepГєblicas de GГ©nova y Florencia. Como era de esperar, no hubo apoyo de Venecia, que habГ­a firmado un tratado de paz con los turcos sГіlo el aГ±o anterior y no podГ­a permitirse que quedasen bloqueadas de nuevo las rutas comerciales con el Oriente.

A pesar de la tardГ­a pero impresionante movilizaciГіn cristiana, los otomanos no sГіlo lograron mantener la Tierra de Otranto y parte de la Tierra de Bari y Basilicata firmemente en sus manos, sino que tambiГ©n estaban listos para apuntar con el ejГ©rcito al norte a la Capitanata y al oeste a NГЎpoles.

SГіlo gracias a nuestra diplomacia pudimos interceptar un mensaje de Mohammed II en Anatolia; convenientemente modificado y empaquetado, lo hicimos entregar a Ahmet Pasha con uno de nuestros sinones. El capitГЎn turco mordiГі el anzuelo: con dos tercios de su tripulaciГіn abandonГі temporalmente Otranto para embarcarse hacia Vlora; durante la travesГ­a fue rodeado por los barcos preparados de la Liga Cristiana y finalmente, tras meses de conquistas y victorias, sufriГі una derrota devastadora, tan pesada que se vio obligado a huir con un pequeГ±o barco a Albania.

La noticia de la victoria naval y más aún de la temible huida del jefe bárbaro elevó la moral de los napolitanos y de sus aliados… El duque Alfonso logró reorganizar un discreto ejército de mercenarios apoyado por fin también operativamente por los otros señores católicos, que entonces vieron la posible reconquista de Otranto y de Apulia. España envió 20 barcos y Hungría 500 soldados seleccionados.

Fue uno de los asedios navales mГЎs imponentes que la historia recuerde: el colosal asedio de Otranto".


Mientras tanto, los caballos empezaban a cansarse y necesitaban agua limpia. Tristano mirГі a su alrededor y suspendiГі su Г©pica narraciГіn.

Pietro estaba como siempre hechizado y aturdido, soГ±ador, como los niГ±os a quienes se les cuentan por primera vez los poemas homГ©ricos o virgilianos.



"ВїY luego quГ©? ВїQuГ© ocurriГі? ВїCГіmo terminГі, seГ±or?"

"DespuГ©s de la muerte de Mohammed II, el nuevo sultГЎn prohibiГі a Ahmet Pasha regresar a Italia. A finales del verano del aГ±o pasado, agotados por el hambre, la sed y la peste, los otomanos se rindieron y los aragoneses finalmente recuperaron el control de la ciudad. SegГєn algunos, el notorio lГ­der turco estГЎ en prisiГіn o incluso ha sido ejecutado por sus verdugos en Edirne. "O quam cito transit gloria mundi" concluyГі Tristano.

"ВїPerdГіn, Excelencia?"

"Nada Pietro, nada. Démonos prisa. "Los generosos y grandes pechos de la sirena Parthenope nos esperan…"


Y despuГ©s de preparar su corcel, acelerГі su ritmo. Galopando atrГЎs iba un Peter aГєn mГЎs confundido.




VII

Don Ferrante y los motivos de NГЎpoles



La emboscada y la fГЎmula

DespuГ©s de dos dГ­as llegaron a una capital soleada y ajetreada, en medio de un colorido mercado con todo lo que pudiese saltar a la imaginaciГіn mГЎs disparatada: desde fruta a muebles, desde pescado a cuerdas de cГЎГ±amo, desde mГєsica a esculturas, desde dulces a ganado, desde reliquias a prostitutas.



"Quien emprenda un viaje a NГЎpoles debe prepararse para conocer al menos a 3 dioses: pasta, mozza y struffoli", dijo Tristano, bromeando con su compaГ±ero.

"Espero conocerlos a todos pronto, signore", respondiГі Pietro.


Dejaron los caballos en un pequeГ±o y estrecho establo y siguieron a pie a travГ©s de los callejones y pasadizos en los cuales estaba instalada aquella desordenada feria regional.

Pero pronto los dos forasteros se dieron cuenta de que los seguГ­an. Trataron de mezclarse entre la multitud, entre las tiendas de los puestos, abriГ©ndose paso entre los comerciantes forГЎneos, pero aquellos tГ©tricos sujetos parecГ­an conocer aquel ambiente mejor que nadie y ciertamente no tenГ­an problema en mantener sus siniestros propГіsitos. Pietro decidiГі entonces enfrentarse a ellos; le dijo a Tristano que se desviara por un estrecho callejГіn secundario y, en cuanto el hombre saliГі de la esquina, sacГі su espada del costado, tratando de disuadir a sus perseguidores.

A estos se unieron inmediatamente otros dos, que tambiГ©n estaban bien armados.

De manera burlona y amenazante, comenzaron a acercarse, agachГЎndose y arqueГЎndose como lobos sobre su presa. DespuГ©s de algunas vueltas, comenzГі la lucha: el de la mano oscura con plumas detuvo el doble ataque, desde la derecha y desde arriba, de Pietro, y se doblГі en la cintura haciendo que este Гєltimo se echara hacia atrГЎs. El otro, con una coreografГ­a mГЎs viva, tenГ­a un vistoso pomo octogonal con un precioso conjunto de lapislГЎzuli; girando, levantГі su espada hacia el cielo, invitando a Tristano a hacer lo mismo; luego cargГі el tajo sobre los cinco del joven pontГ­fice, quien prontamente sostuvo el golpe, contraatacando con un hierro largo y una patada en el muslo del oponente. Mientras tanto, el tercero, que usaba un brazalete a rayas, sacГі una culata y se apresurГі a dar apoyo al primero, alternando con este contra el espadachГ­n de Bolonia; dio un buen golpe, que di Giovanni bloqueГі levantando el brazo y girando la espada hacia abajo; luego marcГі un amplio arco en el aire y respondiГі al golpe obligando al oponente a cambiar de guardia.

Mientras el aire se sobrecalentaba con las chispas de las cuchillas y las hendiduras causadas en las otras, se adentraba inconscientemente en los callejones semi-azulados de la ciudad vieja.

Pietro hizo entonces un movimiento con la espalda y dio un pequeГ±o paso hacia adelante con un gesto amenazante; luego, tras otro gesto de vacilaciГіn, se dispuso a atacar: blandiГі rГЎpidamente la espada de abajo hacia arriba y con un magistral juego de la muГ±eca hizo un corte de derecha a izquierda obligando al esbirro a ensanchar el brazo y dejar el cuerpo al descubierto; luego bloqueГі la hoja con el escudo. Inexorablemente, le atravesГі el pecho con el arma.

En el otro frente Tristano estaba en serias dificultades, luchando con un oponente bien entrenado, muy rГЎpido en el avance con la rodilla izquierda, golpeando con la derecha y viceversa, simulando con las rotaciones del cuerpo, cambiando el ritmo y la guardia, buscando cualquier incertidumbre en la ahora tambaleante defensa del diplomГЎtico. Pietro tratГі por un momento de ayudarlo y le habrГ­a dado algo si no hubiera tenido tambiГ©n su hueso duro para desplumar.

De repente, desde arriba, unas enormes sГЎbanas blancas remendadas y hundidas a los lados cayeron sobre las cabezas de los dos napolitanos; estas fueron aprovechadas temporalmente. Un silbido de un scugnizzo mostrГі providencialmente a Tristano y a su ayudante una vГ­a de escape y, cuando los buenos pudieron reanudar la persecuciГіn, una pequeГ±a puerta en un sГіtano hipogeo ya se habГ­a tragado a los dos desconocidos, manteniГ©ndolos a salvo por un tiempo.

Habiendo escapado del peligro, estos Гєltimos pudieron finalmente volver al callejГіn que entre tanto habГ­a sido ocupado por algГєn pobre desgraciado, pero no pudieron ver ni agradecer a esos mendigos de la calle, a quienes probablemente debГ­an sus vidas; ВЎhabГ­an desaparecido increГ­blemente, al igual que la bolsa de dinero del buen Pietro!

En resumen, despuГ©s de una espontГЎnea y obediente reprimenda, los dos se rieron bastante y llegaron a Castel Nuovo por la tarde.

AllГ­ fueron inmediatamente recibidos con el mejor homenaje y respeto por el viejo soberano que, aunque enemistado con el Papa, conservaba para Tristano un particular sentido de gratitud y una consideraciГіn que iba mГЎs allГЎ de sus respectivos papeles pГєblicos: probablemente veГ­a en Г©l a su amigo Latino.

En efecto, el cardenal Orsini, entonces legado apostГіlico, habГ­a sido quien llevГі el proyecto de investidura otorgado por el Papa PГ­o II y asistido por el cardenal Trevisan, el arzobispo de Nazaret en Barletta, Giacomo de Aurilia, el arzobispo de Taranto y otros numerosos prelados, el 4 de febrero de A. D. 1459, con una fastuosa ceremonia en la plaza frente al castillo de Barletta, coronГі a Fernando I de NГЎpoles bendiciГ©ndolo con el triple tГ­tulo de Rey de Sicilia, JerusalГ©n y HungrГ­a. El episodio y los acontecimientos de los dГ­as siguientes a la coronaciГіn habГ­an sido anotados por Latino en aquella pГЎgina de su diario extraГ±amente desgarrada y misteriosamente desaparecida del archivo personal del cardenal.

Don Ferrante y Don Tristano se encerraron en cГіnclave por mГЎs de dos horas.

Antes de su partida, el funcionario papal se habГ­a ocupado personalmente de eliminar el principal obstГЎculo diplomГЎtico que entorpecГ­a cualquier relaciГіn de la Santa Sede con la corte napolitana: habГ­a dispuesto que la secretarГ­a real se enterara de algunas misivas secretas, obviamente falsas, que el embajador veneciano en NГЎpoles enviaba a su dux. En aquellos comunicados el soberano napolitano era descrito como inepto, vano y libertino. La reacciГіn aragonesa fue inmediata.

Gracias a la posterior repatriaciГіn del hombre de la SerenГ­sima y a la estima personal del rey, la conversaciГіn fue extremadamente cordial y, al final, aunque don Ferrante no habГ­a tomado ninguna decisiГіn, a Tristano le pareciГі que el soberano estaba bien dispuesto a considerar las razones expuestas y a analizar el escenario previsto.

Y de hecho, no se equivocГі en absoluto: dos dГ­as despuГ©s recordГі al joven alumno del difunto cardenal Orsini y le informГі verbalmente que el Reino de NГЎpoles participarГ­a en la nueva alianza contra Venecia. El mando se confiarГ­a a su hijo Alfonso, duque de Calabria, que tambiГ©n actuarГ­a como capitГЎn de la liga. El acuerdo se formalizarГ­a mГЎs tarde y se harГ­a oficial el dГ­a de Navidad.

Tristano estaba encantado.

DespuГ©s de una deliciosa cena de pasteles y tortas navideГ±as, ciertamente no desdeГ±ada por los barones y los mГЎs corteses representantes de la nobleza napolitana, el joven decidiГі retirarse a su hospedaje para tratar de relajarse sumergiГ©ndose en una baГ±era caliente generosamente preparada por Su Majestad.

La anciana que habГ­a preparado tan cuidadosamente el baГ±o para Г©l, mientras ponГ­a la Гєltima ropa de cama en un armario, insistiГі en mirarlo. Pero el funcionario entumecido no le prestГі tanta atenciГіn, inmerso en sus pensamientos y preguntas sin resolver al menos como lo estaba en aquella baГ±era humeante.



"Tienes los mismos ojos. Tu madre era una mujer santa". dijo la mujer antes de desaparecer detrГЎs de la puerta de la habitaciГіn.


El soГ±ador se dio la vuelta. Aquellas palabras lo llamaron como un timbre a la realidad.



"Espera", gritГі en vano.


¿Cómo conocía esa mujer a su madre? ¿La conocía o había trabajado con ella durante el tiempo que estuvo en ese tribunal? Tristano debió saberlo… Saltó de la bañera y, haciendo su mejor esfuerzo, se puso rápidamente la camisa, los pantalones y las botas y se apresuró a buscarla en el palacio.

Al descender al piso de servicio, escuchГі inconfundibles gemidos humanos, separados por gemidos mГЎs agudos mezclados con chirridos regulares de tablones de madera, provenientes de la habitaciГіn al pie de la escalera.

El pastelero, sublime creador de las deliciosas arquitecturas de azГєcar que dominaban en las mesas de los banquetes de palacio, asГ­ como los dulces de almendras, se encargaba de embutir a las jГіvenes que al final del dГ­a ordenaban la cocina. En ese momento, sin embargo, el joven embajador no tenГ­a tiempo para ese tipo de espectГЎculo y, echando una mirada fugaz, se fue.

MГЎs allГЎ de las cocinas, en un estrecho pasillo, vislumbrГі una buena mitad del perfil corpulento de una mujer, tendida en el suelo, de espaldas, en la puerta abierta de una habitaciГіn, con la luz de la chimenea iluminando su rostro, como si alguien hubiera intentado llevar el cuerpo despuГ©s de aterrizarlo. Era la anciana que Tristano estaba buscando.

La sirvienta tenГ­a los ojos como platos y la boca medio abierta, no respiraba. En el suelo de la habitaciГіn notГі una pequeГ±a piedra de color azul profundo, probablemente parte de una gema de lapislГЎzuli similar a las que estaban colocadas en el pomo del arma del perseguidor unos dГ­as antes.

Sin embargo, escuchГі ruidos que venГ­an del pasillo y decidiГі irse antes de que alguien notara su presencia, difГ­cil de justificar, en aquel lugar inconveniente.

A la maГ±ana siguiente, junto con su ayudante, dejГі el castillo. A la sombra de una torre, Pietro reconociГі entre los secuaces del Duque de Calabria, a uno de los hombres que habГ­a atentado contra su seguridad el dГ­a de su llegada e informГі en silencio a su seГ±or. Este Гєltimo, sin embargo, dado el resultado diplomГЎtico alcanzado y la situaciГіn aГєn turbulenta, decidiГі no pronunciar palabra alguna, y entre los saludos, se puso en movimiento.




Конец ознакомительного фрагмента.


Текст предоставлен ООО «ЛитРес».

Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию (https://www.litres.ru/dionigi-cristian-lentini/el-hombre-que-sedujo-a-la-gioconda-57158131/) на ЛитРес.

Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.



Если текст книги отсутствует, перейдите по ссылке

Возможные причины отсутствия книги:
1. Книга снята с продаж по просьбе правообладателя
2. Книга ещё не поступила в продажу и пока недоступна для чтения

Навигация